Érase una vez... (Cuento inspirado en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía)
…Una pequeña ciudad en el centro de una comarca agrícola de una
región tranquilla y hospitalaria en la que sus gentes , a pesar de vivir
momentos muy malos, iban saliendo adelante con muchas penurias.
Sus
dirigentes, prometieron ayudarles en esa ardua tarea que tenían por delante,
pues al fin y al cabo, era su objetivo (o,
al menos, eso decían en las campañas electorales para que les votasen).
Pero pasadas
las elecciones, esa ciudad, tranquila y hospitalaria, no era vista desde el
mismo prisma por esos dirigentes electos, a pesar de que residían en el mismo
lugar, paseaban por las mismas calles, acudían a los mismos sitios, etc y así,
puesto que veían que todas las semanas
había una persona fallecida por atropello de vehículos que circulaban a muchísima
velocidad o con sus conductores triplicando la tasa de alcoholemia o drogados, todas
las semanas había accidentes de tráfico con daños en la propiedad ajena de
valores incalculables,………. veían el tráfico rodado tan temerario que les daba
miedo salir a la calle. Entonces decidieron volver al Lejano Oeste y haciendo
uso de las balas que el Sheriff tenía en
el correaje, comenzaron a disparar a diestro y siniestro contra cualquier
vecino que se moviera mínimamente.
Esos
vecinos, que ya bastante tenían con llegar al final del mes, solo para poder comer,
(pues de hipotecas y préstamos ya no
hablamos) vieron empeorada su situación con sanciones, que no podían pagar
o que si lo hacían iba en detrimento de sus niños, y que si bien en algunos
casos podían estar justificadas, en otros casos rozaban el absurdo, pues era tanta su voracidad
recaudatoria, que no solo castigaban a los que iban más rápido de la cuenta,
sino también a los que lo hacían lentamente.
Pero un día
la bala disparada contra un vecino le rebotó en el chaleco antibalas y se volvió
hacia el pistolero que la disparó, pues
no contó con que para apretar el gatillo, había que tener la pistola en la mano
y resulta que la pistola estaba en el sitio , pero el pistolero en otro y eso le
trajo como consecuencia que las balas se vaciaran de pólvora ya no hirieran a
la gente, acabando así con el sufrimiento de unos vecinos que habían visto como su ciudad había pasado de tener un
ambiente amigable y hospitalario a ser un estado policial en el que daba miedo
salir a la calle, salvo que llevaras el bolsillo lleno para saciar el hambre
del Cheriff.
Pero como
no hay mal que cien años dure, llegaron las siguientes elecciones y entonces
fue el pueblo llano quien, con la actitud tranquila y hospitalaria que siempre
le había caracterizado, comenzó a
desactivar las balas que hasta entonces habían estado disparando contra ellos,
de tal forma que la ciudad volvió a su
ambiente habitual y relajado, en el que, por supuesto que seguía habiendo
accidentes, pero no los que en sus ojos y solo en sus ojos, veían los dueños de
las balas del correaje, que tuvieron que desabrochárselo y abandonar el pueblo
del Oeste que ellos mismos habían creado.
Y colorín colorado este
cuento se ha acabado.
…Una pequeña ciudad en el centro de una comarca agrícola de una región tranquilla y hospitalaria en la que sus gentes , a pesar de vivir momentos muy malos, iban saliendo adelante con muchas penurias.
Sus dirigentes, prometieron ayudarles en esa ardua tarea que tenían por delante, pues al fin y al cabo, era su objetivo (o, al menos, eso decían en las campañas electorales para que les votasen).
Pero pasadas las elecciones, esa ciudad, tranquila y hospitalaria, no era vista desde el mismo prisma por esos dirigentes electos, a pesar de que residían en el mismo lugar, paseaban por las mismas calles, acudían a los mismos sitios, etc y así, puesto que veían que todas las semanas había una persona fallecida por atropello de vehículos que circulaban a muchísima velocidad o con sus conductores triplicando la tasa de alcoholemia o drogados, todas las semanas había accidentes de tráfico con daños en la propiedad ajena de valores incalculables,………. veían el tráfico rodado tan temerario que les daba miedo salir a la calle. Entonces decidieron volver al Lejano Oeste y haciendo uso de las balas que el Sheriff tenía en el correaje, comenzaron a disparar a diestro y siniestro contra cualquier vecino que se moviera mínimamente.
Esos vecinos, que ya bastante tenían con llegar al final del mes, solo para poder comer, (pues de hipotecas y préstamos ya no hablamos) vieron empeorada su situación con sanciones, que no podían pagar o que si lo hacían iba en detrimento de sus niños, y que si bien en algunos casos podían estar justificadas, en otros casos rozaban el absurdo, pues era tanta su voracidad recaudatoria, que no solo castigaban a los que iban más rápido de la cuenta, sino también a los que lo hacían lentamente.
Pero un día la bala disparada contra un vecino le rebotó en el chaleco antibalas y se volvió hacia el pistolero que la disparó, pues no contó con que para apretar el gatillo, había que tener la pistola en la mano y resulta que la pistola estaba en el sitio , pero el pistolero en otro y eso le trajo como consecuencia que las balas se vaciaran de pólvora ya no hirieran a la gente, acabando así con el sufrimiento de unos vecinos que habían visto como su ciudad había pasado de tener un ambiente amigable y hospitalario a ser un estado policial en el que daba miedo salir a la calle, salvo que llevaras el bolsillo lleno para saciar el hambre del Cheriff.
Pero como no hay mal que cien años dure, llegaron las siguientes elecciones y entonces fue el pueblo llano quien, con la actitud tranquila y hospitalaria que siempre le había caracterizado, comenzó a desactivar las balas que hasta entonces habían estado disparando contra ellos, de tal forma que la ciudad volvió a su ambiente habitual y relajado, en el que, por supuesto que seguía habiendo accidentes, pero no los que en sus ojos y solo en sus ojos, veían los dueños de las balas del correaje, que tuvieron que desabrochárselo y abandonar el pueblo del Oeste que ellos mismos habían creado.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.