Es usted un tuerse botas
Esto es sabor y esencia de la
tierra de uno. La que piso, la que palpo y la que siento. Tierra en la que
habitan los sueños y el tiempo que guarda la hermosa luz de los recuerdos.
Porque, como proclaman los versos, solo es verdad aquello que en la memoria
existe.
La calle Reyes Católicos
engalanada por la
Asociación de Viudas para la clausura de la Semana de Extremadura en la Escuela. El crucero y los
eucaliptos que había frente a la ermita de la Virgen de Barbaño. Los cabas, en los que llevaban
las niñas los libros a la escuela. La bodega de Juan Melara, junto a la fragua
de los hermanos Regalado. La carpintería de Rafael Sánchez Calvo. Cuando apenas
había televisores y la gente iba a ver los partidos de fútbol a los altos del
bar España. El ultramarino de Inés Gutiérrez, en la calle Virgen de Barbaño.
Pedro Nolasco, chófer de Risquete, director de la fábrica de Invecosa, en el
mostrador del almacén de repuestos diciendo, “Vengo del cielo celeste, que el
Padre Santo me envía, a ver sí en esta herrería hacen clavos como éste y desde
la misma medida”. El ultramarino de María Valadés, que luego siguió Mariano, su
hijo.
Los hermanos Navarrete, que eran
de Lucena y ponían en la Feria,
en la avenida, un puesto con artículos de ferretería. La sede de la sociedad de
pescadores Virgen de Barbaño en la planta baja de los Salones Conde. Álvaro
Rodríguez recitando poesías del castúo extremeño y Juan Soltero imitando los
sonidos de los pájaros en el programa de radio la Feria en Vivo. Las latas
para cocer los dulces en la tahona. José María Casablanca, aves, huevos y caza.
La albardonería de Casco, junto al convento de las monjas. Floristería Inés, en
la calle Reyes Católicos. El grano en los doblaos. Antonio Silva Guerrero, el
portugués, que fue sacristán de San Antonio y San Gregorio. Pedrito, Luis,
Valentín, Belmonte, Vadillo, Cabello, José Mari, Leopoldo, Moni, Edu y
Carretero. Manolo Alvarado y su pasión, entrega y generosidad por la Organización Juvenil
Española. “Dos voces y dos gargantas unidas en la canción llevan los cantes de
España muy dentro del corazón. Han nacido en Montijo, pueblo de soberanos, sus
cantes, el que ustedes quieran, su nombre, Los Montijanos”.
El olor a nata de las gomas de
borrar. Eugenia, que era de la
Puebla, por las calles vendiendo peces y pregonando, “vamos
no queréis”. El puesto de turrón de José y Miguela, que ponían en la Feria, frente a la Fonda Enrique. El
No-Do que proyectaban los cines antes de las películas. La carpintería de Blas
Facundo, detrás de la calle Virgen de Barbaño, que luego continuó con ella Vicente,
su hijo. Luis García Panadero, el popular Luiqui, entrenador del Montijo, que
cuando fallaba un jugador le recriminaba diciéndole “Es usted un tuerse botas”.
El lagar de Antonio Pinilla. Juan Sánchez que trabajó con los Agreda y Raúl
Motino con Genaro Franco. Las corralás de Francisco Carretero, en el camino
viejo de Barbaño. La fragua de Manolo Sánchez, junto a la bodega de Cabezudo. La Mercería de Mari Colino. La
carpintería de los hermanos Nicomedes y Francisco Soltero. José Luis Rodríguez
Caballero, un buen médico y una gran persona.
La notaria de Fidel Melero, a
quien le faltaba un brazo, que estaba dos casas después del convento de las
monjas. Daniel Gallego cobrando el casino, el sindicato y la iguala de don
Urbano. Los mozos de mulas de rodillas sobre la canga de los carros. Los carros
cargados de trigo esperando turno para depositarlo en el Silo, en la carretera
de la Estación. El
estanco de Isabel que era maestra y su hermana María, al que llamaban el
palacio del humo, que estaba en el comienzo de la calle Santa Ana. Las
tapaderas de aluminio, formando una especie de cono, de los carritos que
vendían el rico helado mantecado. La taberna de Francisco Barragán, en la Puerta del Sol. El mosquero
de los turroneros. El papel secante. “En este bar se invita dos veces por
semana, ayer y mañana”.
Esto es sabor y esencia de la tierra de uno. La que piso, la que palpo y la que siento. Tierra en la que habitan los sueños y el tiempo que guarda la hermosa luz de los recuerdos. Porque, como proclaman los versos, solo es verdad aquello que en la memoria existe.
La calle Reyes Católicos engalanada por la Asociación de Viudas para la clausura de la Semana de Extremadura en la Escuela. El crucero y los eucaliptos que había frente a la ermita de la Virgen de Barbaño. Los cabas, en los que llevaban las niñas los libros a la escuela. La bodega de Juan Melara, junto a la fragua de los hermanos Regalado. La carpintería de Rafael Sánchez Calvo. Cuando apenas había televisores y la gente iba a ver los partidos de fútbol a los altos del bar España. El ultramarino de Inés Gutiérrez, en la calle Virgen de Barbaño. Pedro Nolasco, chófer de Risquete, director de la fábrica de Invecosa, en el mostrador del almacén de repuestos diciendo, “Vengo del cielo celeste, que el Padre Santo me envía, a ver sí en esta herrería hacen clavos como éste y desde la misma medida”. El ultramarino de María Valadés, que luego siguió Mariano, su hijo.
Los hermanos Navarrete, que eran de Lucena y ponían en la Feria, en la avenida, un puesto con artículos de ferretería. La sede de la sociedad de pescadores Virgen de Barbaño en la planta baja de los Salones Conde. Álvaro Rodríguez recitando poesías del castúo extremeño y Juan Soltero imitando los sonidos de los pájaros en el programa de radio la Feria en Vivo. Las latas para cocer los dulces en la tahona. José María Casablanca, aves, huevos y caza. La albardonería de Casco, junto al convento de las monjas. Floristería Inés, en la calle Reyes Católicos. El grano en los doblaos. Antonio Silva Guerrero, el portugués, que fue sacristán de San Antonio y San Gregorio. Pedrito, Luis, Valentín, Belmonte, Vadillo, Cabello, José Mari, Leopoldo, Moni, Edu y Carretero. Manolo Alvarado y su pasión, entrega y generosidad por la Organización Juvenil Española. “Dos voces y dos gargantas unidas en la canción llevan los cantes de España muy dentro del corazón. Han nacido en Montijo, pueblo de soberanos, sus cantes, el que ustedes quieran, su nombre, Los Montijanos”.
El olor a nata de las gomas de borrar. Eugenia, que era de la Puebla, por las calles vendiendo peces y pregonando, “vamos no queréis”. El puesto de turrón de José y Miguela, que ponían en la Feria, frente a la Fonda Enrique. El No-Do que proyectaban los cines antes de las películas. La carpintería de Blas Facundo, detrás de la calle Virgen de Barbaño, que luego continuó con ella Vicente, su hijo. Luis García Panadero, el popular Luiqui, entrenador del Montijo, que cuando fallaba un jugador le recriminaba diciéndole “Es usted un tuerse botas”. El lagar de Antonio Pinilla. Juan Sánchez que trabajó con los Agreda y Raúl Motino con Genaro Franco. Las corralás de Francisco Carretero, en el camino viejo de Barbaño. La fragua de Manolo Sánchez, junto a la bodega de Cabezudo. La Mercería de Mari Colino. La carpintería de los hermanos Nicomedes y Francisco Soltero. José Luis Rodríguez Caballero, un buen médico y una gran persona.
La notaria de Fidel Melero, a quien le faltaba un brazo, que estaba dos casas después del convento de las monjas. Daniel Gallego cobrando el casino, el sindicato y la iguala de don Urbano. Los mozos de mulas de rodillas sobre la canga de los carros. Los carros cargados de trigo esperando turno para depositarlo en el Silo, en la carretera de la Estación. El estanco de Isabel que era maestra y su hermana María, al que llamaban el palacio del humo, que estaba en el comienzo de la calle Santa Ana. Las tapaderas de aluminio, formando una especie de cono, de los carritos que vendían el rico helado mantecado. La taberna de Francisco Barragán, en la Puerta del Sol. El mosquero de los turroneros. El papel secante. “En este bar se invita dos veces por semana, ayer y mañana”.





















