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Manuel Regalado del Viejo · Montijo | 193
Miércoles, 26 de Septiembre de 2012

La limpieza de los contenedores · Manuel Regalado del Viejo · Montijo

Montijo es un pueblo limpio, limpísimo, sí señor, pero de puertas adentro, de puertas afuera le queda mucho por aprender.


El mes pasado me crucé con una señorita o señora, que aunque joven, podía ser ambas cosas y un aire aparentemente distinguido, consumiendo un helado con cierta cursilería arrojando el cucurucho casi a mis pies. Le dije con buenas maneras que lo podía haber depositado en una papelera que se encontraba a su alrededor. La contestación que recibí fue la menos esperada de una señorita de porte tan y fino y elegante: “¿Y a usted qué le importa?”. Me calle, porque enfrentarse con ciertos jóvenes puedes salir malparado, ya que abusando de su vigor y superioridad física, no les importa ni la edad ni el sexo.

Hace no muchos años, y al mismo tiempo no tan pocos, el que fuera primer párroco de la iglesia de San Gregorio, gran amigo de mi hermano, acostumbraban a ir a la piscina a darse un chapuzón y hacer un poco de ejercicio. Iba Don Pedro nadando a un metro escaso de la pared, ya que como nadador no se fiaba mucho de sí mismo, adoptando la máxima prudencia. Yo nadaba a su misma altura, pero más al medio. Una jovencita muy esplendorosa se lanzó al agua a punto de caer encima del no muy experto nadador, que la recriminó con que tuvieran cuidado y saltaran con sus piruetas siempre y cuando estuviera despejado de bañistas el lugar elegido. La respuesta de la joven presumida fue: “Y este puto viejo…!

Ahora bien, si censuramos los defectos ajenos es de rigor ser sinceros y no ocultar los nuestros, porque nadie es perfecto y casi todos los humanos pertenecemos al numerosos grupo de los que no se atreverían a arrojar la primera piedra y además, evitar en parte lo que dice esta frase célebre: “El que chismorrea o murmura contigo de los defectos ajenos, chismorrea con el otro de los tuyos”. Que nadie nos pueda tachar de falsos e hipócritas.

Reconozco que, al sacar mi perrito a la calle, bien por negligencia, olvido, pararme con alguna persona y al hablar perder la noción de lo que llevas de cabestro, el animal a mis espaldas a ha dejado la huella de sus humedades en contra de mi voluntad en el lugar más inesperado. A veces yo tampoco me libro de sus marcas, mientras estoy pendiente de abrir la puerta de mi casa, aprovecha esos segundos para burlarse de mí. De todo esto pido disculpas a quien haya que pedirlas por mi culpa “mea máxima culpa”. Ahora bien, no es igual hacer las cosas por las casusas que apunto, que el que las realiza por que le da la real gana. Hay otra frase que viene aquí como anillo al dedo: “Todos somos del mismo barro, pero no es lo mismo bacín que jarro”.

Lo que se dedican a la política, suelen adolecer de la virtud de la sinceridad sin distinción de colores, tendencias o siglas. Aquí es donde todos coinciden sin ninguna excepción. Si hay errores, nunca son los propios y si se admiten, se procura por todos los medios que no salgan a la luz pública por el temor a que perjudiquen los intereses de sus partidos; porque los partidos están por arriba de cualquier causa aunque se construyan sobre unos cimientos apoyados en la falsedad y la mentira.

Pero me estoy alejando del motivo por el que he decidido escribir estas líneas, pues sin apenas darnos cuenta vamos derivando de unas circunstancias a otras, dejando atrás la limpieza de los contenedores.

No puedo ir inspeccionando todos los contenedores uno por uno, me centro en el que más suelo utilizar por su cercanía a mi domicilio. Es casi vergonzoso el estado de abandono en que se encuentra. Los pegotes y chorreones de grasa lo decoran, adhiriéndose a ella toda clase de desperdicios. Al levantar la tapa hay que mirar muy bien adónde se colocan los dedos y al abrirla a veces una legión de mosquitos revolotean alrededor de la  cabeza, y si miramos el interior, es punto y aparte. Ahora me explico que muchas personas muy escrupulosas dejen sus bolsas al lado de los mismos en plena calzada y no sin razón, aunque no es esa la solución, pues si bien no se contaminan, acarrean más problemas a la hora de la recogida a los operarios de tarea tan desagradable.

No ignoro que los contenedores jamás podrán estar absolutamente limpios, porque es imposible; pero sí es posible de que no permanezcan tan asquerosamente sucios, pues cuanto más tiempo transcurra permaneciendo en estas situaciones, más complicada y dificultosa será la limpieza.

No fue eso lo que se prometió en la campaña electoral de la primera legislatura, en que se limpiarían los contenedores y el pueblo iba a quedar como un dulce, pero el caramelo no se ha podido chupar por resultar demasiado amargo.

Bien decía el que fuera político, diplomático, intelectual, miembro de la Real Academia Española y conde de Motrico, José María de Areilza: “De que todas las campañas electorales son un compendio de promesas incumplidas”.

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