El monstruo del subsuelo
Érase una vez una localidad tranquila, tan tranquila que nunca, nunca pasaba nada. O eso parecía. Los vecinos de la villa llevaban su día a día con la normalidad y monotonía que su situación les permitía. Unos salían más, otros menos, pero todos ellos vivían ajenos al horrible mundo subterráneo que se desarrollaba bajo sus pies.
Durante un tiempo ya indeterminado, algo ha ido creciendo allá abajo, apoderándose de los conductos del alcantarillado, esperando pacientemente su oportunidad. Y ahora, ha llegado su momento.
Algunos vecinos ya han notado su presencia, sin saberlo casi, sin conocer realmente el origen de esas señales, pero todos ellos saben que algo pasa; y que no es nada bueno. Llevan ya unos meses sufriendo ataques con gases nauseabundos que emanan de las alcantarillas a través de las rejillas de la superficie mientras dedicaban su tiempo libre al reconfortante ejercicio del paseo. En un principio no le dieron la mayor importancia, pero ahora la situación empieza a ser insoportable: prácticamente todas las esquinas de la población se han convertido en fuentes de asquerosos vapores malolientes. Las opiniones son diversas en lo que se refiere a la naturaleza del foco pestilente: nadie sabe a ciencia cierta si es animal, vegetal o mineral, si procede de este mundo o se trata de algún visitante externo que haya podido llegar desde quién sabe dónde; o si, por el contrario, como salido de una novela de Julio Verne, su origen está en lo más profundo del interior de la Tierra; o si su origen es puramente químico, algún tipo de organismo nacido de los incesantes vertidos llevados a cabo por el Hombre.
Tampoco hay acuerdo en cuanto a las consecuencias del fenómeno: unos lo consideran pasajero, pese a que lleva ya instalado un tiempo en el subsuelo, y creen que desaparecerá tarde o temprano, sin dejar mella alguna en la vida cotidiana de la población. Otros piensan que ha venido para quedarse, que se alimenta de ratas y cucarachas y que, cuando éstas escaseen, subirá a por los humanos. Incluso hay quien piensa que cualquier día en un futuro no muy lejano, las ratas llegarán a sus calles, no buscando comida, como antaño, sino intentando escapar del insufrible hedor que ha inundado su hábitat.
Y es que, aunque sean ratas y a muchos les parezcan bichos inmundos, ellas también respiran y, desde luego, sea lo que sea lo que corra por ahí abajo, es muy posible que hasta a esos seres, unos de los más resistentes de la Naturaleza, les resulte imposible respirar en esos conductos.
La tendencia menos catastrofista es la que se inclina por pensar que eso se arreglaría con una buena limpieza y desinfección del alcantarillado público, que debe llevar a cabo quién le corresponda. Pero eso suena a ciencia-ficción.
Érase una vez una localidad tranquila, tan tranquila que nunca, nunca pasaba nada. O eso parecía. Los vecinos de la villa llevaban su día a día con la normalidad y monotonía que su situación les permitía. Unos salían más, otros menos, pero todos ellos vivían ajenos al horrible mundo subterráneo que se desarrollaba bajo sus pies.
Durante un tiempo ya indeterminado, algo ha ido creciendo allá abajo, apoderándose de los conductos del alcantarillado, esperando pacientemente su oportunidad. Y ahora, ha llegado su momento.
Algunos vecinos ya han notado su presencia, sin saberlo casi, sin conocer realmente el origen de esas señales, pero todos ellos saben que algo pasa; y que no es nada bueno. Llevan ya unos meses sufriendo ataques con gases nauseabundos que emanan de las alcantarillas a través de las rejillas de la superficie mientras dedicaban su tiempo libre al reconfortante ejercicio del paseo. En un principio no le dieron la mayor importancia, pero ahora la situación empieza a ser insoportable: prácticamente todas las esquinas de la población se han convertido en fuentes de asquerosos vapores malolientes. Las opiniones son diversas en lo que se refiere a la naturaleza del foco pestilente: nadie sabe a ciencia cierta si es animal, vegetal o mineral, si procede de este mundo o se trata de algún visitante externo que haya podido llegar desde quién sabe dónde; o si, por el contrario, como salido de una novela de Julio Verne, su origen está en lo más profundo del interior de la Tierra; o si su origen es puramente químico, algún tipo de organismo nacido de los incesantes vertidos llevados a cabo por el Hombre.
Tampoco hay acuerdo en cuanto a las consecuencias del fenómeno: unos lo consideran pasajero, pese a que lleva ya instalado un tiempo en el subsuelo, y creen que desaparecerá tarde o temprano, sin dejar mella alguna en la vida cotidiana de la población. Otros piensan que ha venido para quedarse, que se alimenta de ratas y cucarachas y que, cuando éstas escaseen, subirá a por los humanos. Incluso hay quien piensa que cualquier día en un futuro no muy lejano, las ratas llegarán a sus calles, no buscando comida, como antaño, sino intentando escapar del insufrible hedor que ha inundado su hábitat.
Y es que, aunque sean ratas y a muchos les parezcan bichos inmundos, ellas también respiran y, desde luego, sea lo que sea lo que corra por ahí abajo, es muy posible que hasta a esos seres, unos de los más resistentes de la Naturaleza, les resulte imposible respirar en esos conductos.
La tendencia menos catastrofista es la que se inclina por pensar que eso se arreglaría con una buena limpieza y desinfección del alcantarillado público, que debe llevar a cabo quién le corresponda. Pero eso suena a ciencia-ficción.