No te abrazo porque te quiero
En los últimos meses nuestra vida ha cambiado en muchos aspectos, y uno de los que más nos está afectando es la forma de relacionarnos. Nuestra cultura nos ha llevado siempre por el camino de los abrazos, los besos y el contacto físico en general. No entendemos mucho eso de querernos con distancia y ahora nos quedamos desorientados cuando vemos a los nuestros, como al borde de una piscina que nos impulsa a saltar. Pero no se puede. Y a duras penas sujetamos las ganas de tocarnos. Resulta que no somos ceremoniosos como los japoneses, ni fríos como los nórdicos, ni tenemos esa flema inglesa que mira sin inmutarse. Ni falta que nos hace, nunca hemos entendido como pueden ser tan sosos en sus relaciones.. Nosotros nos abalanzamos sobre familiares y amigos como si el contacto físico nos alimentara. Bueno, quito el condicional. Realmente es que los abrazos y los besos nos alimentan el corazón y el espíritu, equilibran nuestras emociones, nos hace sentirnos fuertes, conectados y nos dan alegría. Por eso le enseñamos a nuestros hijos a manifestarse de la misma manera: “Un beso a los abuelos”, “Un abrazo para hacer las paces con tu amigo”, “Un achuchón fuerte de buenas noches..”. Para nuestra sangre mediterránea, el contacto es lo mejor.
Pero ahora llega el COVID-19 y, de la noche a la mañana, nos dicen que cambiemos, que pongamos distancia, que entre nosotros haya más de un metro, que limitar el contacto físico es la única manera de tenerlo a raya mientras inventen algo mejor. De un día para otro tenemos que aprender a mirarnos en lo que nos parece una lejanía y ya no sabemos si dar un levantamiento de cejas, un golpe de codos o un cabezazo. El cariño nos pide que el cuerpo se adelante, pero la mente echa el freno y nos quedamos en un bamboleo incierto, una pelea entre la razón y el corazón en la que a veces gana la prudencia y otras veces las manos se nos escapan sin que podamos sujetarlas. Cada vez menos, cada vez menos, que ya vamos aprendiendo.
Leí estos días una reflexión del juez de menores Emilio Calatayud que me ha ayudado a centrar el tema: “Los abrazos que no nos damos son la mejor muestra de cariño”. ¡Eso es! En solo una frase aclara la situación. Te estoy protegiendo, te estoy respetando, no abrazarte ni besarte es un regalo que te hago, porque evito ponerte en peligro de contagio. Porque yo no puedo estar segura de no ser portadora del virus. Aunque me hiciera la prueba ayer, puede que hoy el Covid esté conmigo y no lo note. Y por cariño me aparto.
Quizás ahora sea el momento de recurrir a esas palabras que nos ahorramos mientras no nos tocamos. Quizás ahora sea el momento de decir lo que sentimos: “No te abrazo, porque te quiero, porque quiero que sigas aquí cuando pase todo esto. Entonces nos daremos un abrazo inmenso”.
Elisa Martín es periodistas y coach certificada
En los últimos meses nuestra vida ha cambiado en muchos aspectos, y uno de los que más nos está afectando es la forma de relacionarnos. Nuestra cultura nos ha llevado siempre por el camino de los abrazos, los besos y el contacto físico en general. No entendemos mucho eso de querernos con distancia y ahora nos quedamos desorientados cuando vemos a los nuestros, como al borde de una piscina que nos impulsa a saltar. Pero no se puede. Y a duras penas sujetamos las ganas de tocarnos. Resulta que no somos ceremoniosos como los japoneses, ni fríos como los nórdicos, ni tenemos esa flema inglesa que mira sin inmutarse. Ni falta que nos hace, nunca hemos entendido como pueden ser tan sosos en sus relaciones.. Nosotros nos abalanzamos sobre familiares y amigos como si el contacto físico nos alimentara. Bueno, quito el condicional. Realmente es que los abrazos y los besos nos alimentan el corazón y el espíritu, equilibran nuestras emociones, nos hace sentirnos fuertes, conectados y nos dan alegría. Por eso le enseñamos a nuestros hijos a manifestarse de la misma manera: “Un beso a los abuelos”, “Un abrazo para hacer las paces con tu amigo”, “Un achuchón fuerte de buenas noches..”. Para nuestra sangre mediterránea, el contacto es lo mejor.
Pero ahora llega el COVID-19 y, de la noche a la mañana, nos dicen que cambiemos, que pongamos distancia, que entre nosotros haya más de un metro, que limitar el contacto físico es la única manera de tenerlo a raya mientras inventen algo mejor. De un día para otro tenemos que aprender a mirarnos en lo que nos parece una lejanía y ya no sabemos si dar un levantamiento de cejas, un golpe de codos o un cabezazo. El cariño nos pide que el cuerpo se adelante, pero la mente echa el freno y nos quedamos en un bamboleo incierto, una pelea entre la razón y el corazón en la que a veces gana la prudencia y otras veces las manos se nos escapan sin que podamos sujetarlas. Cada vez menos, cada vez menos, que ya vamos aprendiendo.
Leí estos días una reflexión del juez de menores Emilio Calatayud que me ha ayudado a centrar el tema: “Los abrazos que no nos damos son la mejor muestra de cariño”. ¡Eso es! En solo una frase aclara la situación. Te estoy protegiendo, te estoy respetando, no abrazarte ni besarte es un regalo que te hago, porque evito ponerte en peligro de contagio. Porque yo no puedo estar segura de no ser portadora del virus. Aunque me hiciera la prueba ayer, puede que hoy el Covid esté conmigo y no lo note. Y por cariño me aparto.
Quizás ahora sea el momento de recurrir a esas palabras que nos ahorramos mientras no nos tocamos. Quizás ahora sea el momento de decir lo que sentimos: “No te abrazo, porque te quiero, porque quiero que sigas aquí cuando pase todo esto. Entonces nos daremos un abrazo inmenso”.
Elisa Martín es periodistas y coach certificada