Viernes, 07 de Noviembre de 2025

Actualizada Jueves, 06 de Noviembre de 2025 a las 13:58:20 horas

Andrés Acevedo
Jueves, 16 de Abril de 2020 Actualizada Jueves, 16 de Abril de 2020 a las 11:36:01 horas

…y de repente, esa sensación de fragilidad.

Todo iba bien en nuestras casas, los trabajos se desarrollaban con el ajetreo habitual, veíamos a nuestros familiares y amigos cuando queríamos. Éramos libres de elegir a dónde queríamos ir o con quién estar.

 

Las noticias de la mañana dedicaban un tiempo a hablar de este dichoso virus, pero era uno más de los temas a tratar, entre discusiones políticas y el tiempo meteorológico.

 

Nadie parecía preocupado por ello. Al final todo se arreglaría sin hacer demasiado, que es así como las personas solemos percibir estos macro acontecimientos.

 

No es necesario describir lo que pasó a continuación, es de sobra conocido por todos.

 

Nuestros planes, nuestra proyección de futuro, nuestro estrés diario…todo pareció detenerse, como si quedase congelado. Ni tan siquiera anulado. Aparcado ahí para no se sabe cuándo.

 

Es entonces cuando a muchos nos sobrevino una sensación extraña. Algo que hacía tiempo no sentíamos. Una sensación de fragilidad, de vulnerabilidad.

 

Con qué sencillez se ha detenido aquello que considerábamos imparable, qué poco firme ha resultado ser la tierra que pisábamos y qué duro es ser conscientes ahora de todo esto.

 

En mitad de este paréntesis que supone la cuarentena, el futuro se presenta como algo lejano. Algunos, con más o menos esfuerzo, nos hemos habituado a estar en casa, a esta nueva situación con sus rutinas correspondientes. Otros están contando los días y tratando de augurar la fecha exacta en la que podrán romper el aislamiento.

 

Sin embargo, tanto a unos como a otros, nuestro día a día tal y como lo percibíamos hace un mes, se nos presenta distante y extraño, cómo algo con lo que cuesta contactar.

 

Y es aquí donde surge esa sensación de vulnerabilidad de la que hablábamos. Los esquemas que ordenaban nuestro día, aquellos que nos hacían predecible lo que iba a suceder dentro de un mes o un año ya no están tan claros. Esa confianza en que todo pasará sin afectarnos ha quedado seriamente dañada (para algunos más que para otros, por supuesto).

 

Espero no pecar de demasiada ingenuidad si digo que cuando todo esto pase y nuestro día a día vuelva a ser más o menos predecible, que lo será, el que más y el que menos recordará esta sensación que experimentó.


Todo volverá a la normalidad, pero quizás nosotros no seamos exactamente los mismos. Dado que nuestra forma de ser, o mejor dicho de comportarse, está íntimamente ligada a las experiencias que vivimos y esta puede ser para muchos una experiencia muy significativa.
 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.