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Manuel García Cienfuegos
Viernes, 04 de Enero de 2019

Va enseguía. Pase al fondo que hay sitio

Se dice que observar es contemplar, mirar, examinar, estudiar, analizar y advertir. De observar se deriva Observatorio. Observatorios hay muchos. Hay Observatorio Meteorológico, de la Salud, del Cambio Climático, del Empleo, Astronómico, de la Juventud y muchos más. Así, traigo este mes el Observatorio de los Camareros, de los buenos camareros para ser más exactos. Desde el Observatorio de los buenos camareros, faeno a través de la huella del tiempo que trae esta selección de los señores la mar de elegantes con chaqueta y camisa blanca, corbata negra, paño blanco sobre el antebrazo y pantalón oscuro del Círculo Cultural del Artesanado, vulgo, el Casino de toda la vida; con una nómina formada por Andrés Sánchez, Luis Carretero, Pepe y Antonio González, Fernando Villares, Pedro Palomo, Pedro González Corzo, Joaquín Jiménez, Rodrigo, Javier Martín y Tomás Diez, entre otros muchos que allí trabajaron.

Tomás Díez fue guarda rural, recitaba de memoria la letanía de las raciones y tapas que había de existencia en la cocina; mejor proclamada que la carta de San Pablo a los Corintios. Daba pases con la bandeja como si fuera la muleta de un torero; naturales, derechazos, rematando con el pase de pecho y algún que otro trincherazo, que arrancaba los olés de los presentes. Tomás se desvivía por la clientela, bastaba una petición y su respuesta era contundente: “Oro molido que me pida”. Antonio González, conocido cariñosamente por “El Porcelana”, fue un apasionado del flamenco, tenía facultades y lo cantaba muy bien. Ponía toda su pasión en “La niña de fuego” de Manolo Caracol, junto con “Los cuatro candiles” del recordado Farina. Cuando le pedían unos altramuces de aperitivo, Antonio González lanzaba todo el poderío de su gracia y arte de buen camarero: “Una de chochitos para estas muchachitas”. A la maestría en la bandeja de Tomás y Antonio hay que añadir la demostrada por Pedro González Corzo, ordenanza que fue de la Comunidad de Labradores, que afirmaba sin dudarlo, que en Montijo tan sólo había tres personas elegantes: él, Pedro Juan Cortes y el veterinario don Jacinto Sánchez.

Parece que estoy viendo a esos buenos camareros en el servicio de la barra con la tiza en la oreja; blanca y gloriosa tiza, apuntando la cuenta a ritmo de la mejor aritmética posible. Camareros que cuando comenzaban la jornada dejaban el reloj sobre el cuello de alguna botella de la estantería, diciendo que para ellos el tiempo no existía, procurando que la bebida tuviera su punto adecuado de enfriamiento para ser bien servida. La rapidez de los camareros en el servicio estaba demostradísima: “Va enseguía, “Será usted bien servido”, “Pase al fondo que hay sitio”. Camareros que, desde su observatorio, se interesaban por la clientela ¿Cómo está su señora? ¿Qué tal este año la cosecha? ¿Cómo está la manzanilla?

Camareros aconsejando a la clientela: “Los calamares están riquísimos”, “La gamba es fresca”, “El lomo es extraordinario”. Buenos camareros con oficio y experiencia de cómo acarrear con la bandeja, que acogía vasos, platos, botella, tazas, catavinos, servilletero, raciones y aperitivos sin derramar nada. El buen oficio de llevar la bandeja llegó a incluirse en las actividades de nuestra Feria y Fiestas Patronales. Sí, como les cuento, en el Programa de Festejos se leía: “En la Plaza de España, concurso de carreras de camareros con la bandeja”. Y ya para ir echando el cierre, como traca final, voy en la búsqueda de Joaquín Jiménez, pura esencia de ilustre camarero que hacía fantásticamente bien la música con los palillos de los dientes, al que una señora, en alusión a la gaseosa, le preguntó un día ¿Tiene usted la Pitusa fría? Todos ellos han quedado hoy, desde mi Observatorio, en la memoria colectiva de Montijo.

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