"Los psicólogos se dedican a hablar"
Desde hace algún tiempo me dedico profesionalmente a la psicología. Este hecho despierta un gran entusiasmo entre algunas personas de mi alrededor, que desconocen a qué nos dedicamos, exactamente, los psicólogos.
Algunos nos confunden con una especie de médicos de la mente o del cerebro, a caballo entre la psiquiatría y la neurología. Otros piensan, más bien, que somos una especie de filósofos de despacho, que nos dedicamos a reflexionar sobre el sentido de la vida o la bondad del hombre.
También están aquellos que nos confunden con magos o ilusionistas y nos atribuyen toda una serie de poderes psíquicos, como leer la mente, sugestionar a los demás o cambiar por completo su forma de ser.
Por último, a medio camino entre el mito y la verdad, se encuentran los que dicen que los psicólogos nos dedicamos a hablar.
Es cierto que no recetamos medicación, no solemos usar ningún tipo de aparato para realizar nuestro trabajo, ni tocamos al paciente, más allá del saludo inicial. Sin embargo, los profesores tampoco lo hacen , ni los abogados, ni los educadores sociales y pocas personas definirían su labor como “dedicarse a hablar”. Y es que existe este mito que dice que la psicoterapia consiste en contarle a alguien lo que te preocupa para desahogarte y poco más.
¿A qué nos dedicamos, entonces, los psicólogos?
Fundamentalmente, a enseñar y entrenar habilidades. Cuando una persona acude a consulta es porque hay un área en su vida que no va como le gustaría. Es seguro, que ya ha intentado solucionar su problema de múltiples formas y por una razón u otra no ha logrado obtener los resultados que desea. Por ello, limitarnos a hablar no solucionará lo que le preocupa.
La primera parte del trabajo que realizamos, consiste en hacernos una idea de qué consiste el problema, qué áreas están relacionadas, hasta qué punto interfiere en la vida de la persona que nos consulta, etc.
A continuación debemos dar una hipótesis que explique qué factores influyen en el problema para que se mantenga en el tiempo, qué falló en sus anteriores intentos y cuál sería el mejor modo de modificar esa conducta. Esta hipótesis ha de ser clara y científica. No sirven las soluciones del estilo “conozco a una persona que hizo tal y le fue estupendamente”. Nuestras conclusiones han de estar basadas en datos contrastables y en estudios que las apoyen.
Entonces, y sólo entonces, podremos seleccionar las habilidades que son necesarias para resolver el problema y comenzar a practicarlas.
La terapia se convierte en una especie de gimnasio donde aprender habilidades para practicar en casa y el psicólogo en un entrenador que ayuda a perfeccionar la técnica.
Desde hace algún tiempo me dedico profesionalmente a la psicología. Este hecho despierta un gran entusiasmo entre algunas personas de mi alrededor, que desconocen a qué nos dedicamos, exactamente, los psicólogos.
Algunos nos confunden con una especie de médicos de la mente o del cerebro, a caballo entre la psiquiatría y la neurología. Otros piensan, más bien, que somos una especie de filósofos de despacho, que nos dedicamos a reflexionar sobre el sentido de la vida o la bondad del hombre.
También están aquellos que nos confunden con magos o ilusionistas y nos atribuyen toda una serie de poderes psíquicos, como leer la mente, sugestionar a los demás o cambiar por completo su forma de ser.
Por último, a medio camino entre el mito y la verdad, se encuentran los que dicen que los psicólogos nos dedicamos a hablar.
Es cierto que no recetamos medicación, no solemos usar ningún tipo de aparato para realizar nuestro trabajo, ni tocamos al paciente, más allá del saludo inicial. Sin embargo, los profesores tampoco lo hacen , ni los abogados, ni los educadores sociales y pocas personas definirían su labor como “dedicarse a hablar”. Y es que existe este mito que dice que la psicoterapia consiste en contarle a alguien lo que te preocupa para desahogarte y poco más.
¿A qué nos dedicamos, entonces, los psicólogos?
Fundamentalmente, a enseñar y entrenar habilidades. Cuando una persona acude a consulta es porque hay un área en su vida que no va como le gustaría. Es seguro, que ya ha intentado solucionar su problema de múltiples formas y por una razón u otra no ha logrado obtener los resultados que desea. Por ello, limitarnos a hablar no solucionará lo que le preocupa.
La primera parte del trabajo que realizamos, consiste en hacernos una idea de qué consiste el problema, qué áreas están relacionadas, hasta qué punto interfiere en la vida de la persona que nos consulta, etc.
A continuación debemos dar una hipótesis que explique qué factores influyen en el problema para que se mantenga en el tiempo, qué falló en sus anteriores intentos y cuál sería el mejor modo de modificar esa conducta. Esta hipótesis ha de ser clara y científica. No sirven las soluciones del estilo “conozco a una persona que hizo tal y le fue estupendamente”. Nuestras conclusiones han de estar basadas en datos contrastables y en estudios que las apoyen.
Entonces, y sólo entonces, podremos seleccionar las habilidades que son necesarias para resolver el problema y comenzar a practicarlas.
La terapia se convierte en una especie de gimnasio donde aprender habilidades para practicar en casa y el psicólogo en un entrenador que ayuda a perfeccionar la técnica.