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Martes, 06 de Junio de 2017

El Caballo de Troya

 

Hacer lo que más importa es siempre lo más importante, dicen los sabios. ¡Pero qué difícil es diferenciar!. Pongo un ejemplo. Esta primavera nos ha sorprendido con un ciberataque a los sistemas informáticos de varios países. Algo que ha abierto  los informativos durante varios días y que todos mirábamos alucinados.  Y ha pasado como una exhalación. Se hablaba de cifras de vértigo: 45.000 ataques, 150 países, una escala sin precedentes.  Un secuestro exprés de datos que ha afectado a varios sistemas, como el ministerio de Interior ruso, Telefónica o el sistema de salud británico y para liberarlos pedían un rescate, sospechosamente pequeño. En dos días, el susto pasó sin que afectara a ninguna infraestructura crítica y dejó de ser noticia. Los medios volvieron a lo suyo, que si las primarias del PSOE,  las fantasías soberanistas de Puigdemont o la boda de Risto Mejide. Pero a mí me dejó preocupada un experto, al decir que esto ha sido en realidad un experimento. Detrás de éste pueden venir los secuestros de verdad. Los que nos queden bloqueadas nuestras cuentas de los bancos, la información de la Seguridad Social, los datos de las empresas, las redes de comunicación..., que pueden afectar incluso a los hospitales, poniendo la vida de las personas en peligro. Y lo sorprendente es que puede entrar a través de un correo electrónico, en un fichero adjunto que abra cualquier persona que trabaje dentro. Es decir, el caballo de Troya de hace miles de años. Nada nuevo bajo el sol. 

 

Y aquí es donde entra en juego la comunicación. Por curiosidad, he preguntado en dos instituciones públicas y tres empresas privadas si ha habido alguna consigna interna para evitar que ese intruso letal se cuele dentro. Idéntica respuesta en los cinco casos: “Si, nos han mandado a todos un correo electrónico advirtiéndonos que no abramos archivos que consideremos sospechosos.” ¿Algo más?, pregunto. “Nada más. Pero no sé cómo hacerlo. ¿Y cómo valoro yo eso, con la de correos que recibo al día?”.  


No puedo entender que no hayan encontrado otra forma más eficaz de combatir este peligro. Por ejemplo, parando un poco lo urgente (es decir, el día a día) para dedicarle un poco más de tiempo a lo importante, que es evitar que todo se vaya a tomar viento y ese día a día se convierta en humo. Ese mensaje tendría que darse en otro contexto, en reuniones donde las personas puedan preguntar sus dudas particulares y entender bien la trascendencia que tendría que cometieran un error. “Ya, pero... menudo lío. ¡Si no tenemos tiempo, no paramos!!”. Asombroso. Seguimos metidos en nuestro pequeño mundo. Me temo que, otra vez, el Caballo de Troya se nos va a colar hasta la cocina.

 

Elisa Martin, periodista y coach certificada

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