Malnacidos · José Miguel Prado · Montijo
El
diario extremeño Hoy informa el día
27 de octubre de que una niña recién nacida ha muerto dos días antes a causa de
una patología indetectable antes del nacimiento en el Hospital San Pedro de
Alcántara de Cáceres. Seguro que esto no sería noticia en ningún medio de
comunicación serio. Acaso pudiera aparecer en sucesos para “completar” unas
líneas en la página izquierda dedicada a la información local o a sucesos,
según el caso. ¿Por qué, pues, aparece en la portada del Hoy y en página derecha (número 21) a cuatro columnas con foto en
color de tres? Está claro, la “noticia” es que los padres querían que naciera
en casa. Importa la polémica. Los temas controvertidos venden más. Si hubiera
nacido en el domicilio familiar por imprevisión seguramente tampoco sería
noticia de portada. La noticia, lo imperdonable habría que decir para ser
exactos, es que el parto estaba programado en casa por unos padres adultos,
conscientes, informados y responsables en el uso de sus derechos.
¿Por qué hay
quien se empeña en parir en casa con los “avances” de la medicina actual? es la
cuestión que se desprende de titulares y entrada. Tratemos de adoptar su punto
de vista. Querámoslo o no, existen personas
que, en el ejercicio de su libertad, eligen a quién amar y cómo quererse. Luego
deciden tener hijos y algunos planean hasta cuándo, cómo y dónde tenerlos. Piensan
ellos, ingenuos, que la libertad es algo más que poder escoger entre la sanidad
pública y varias compañías de salud que ofrecen sus servicios imprescindibles
para el caso. Se trata de padres responsables que tras hacer un seguimiento
riguroso de la evolución de todo el embarazo, con la información que los
médicos les dan mediante diagnósticos prenatales (que tampoco parecen, como se
demuestra en la ocasión que nos ocupa, infalibles), deciden alumbrar a su hijo
en casa. No es tan difícil imaginar a madres que no quieren ser tratadas como
enfermas o como meros casos atendidos con deshumanizado protocolo médico cuando
van a parir. Hay parejas que reivindican, si les es posible, su maternidad y su
paternidad como un acto consciente, íntimo, humano, dicho de otro modo, como un
supremo acto de amor.
Algunos
médicos y personal sanitario reconocen el problema de fondo y se plantean, como
el propio Dr. Gallego, ginecólogo del
Hospital de Cáceres, que hay que humanizar más el trato en los partos para que
sea nulo el número de progenitores que rehúya los entornos medicalizados.
Finalmente, hay personas cuya profesión médica y legítimo negocio consiste
cobrar por los nacimientos que asisten en clínicas privadas. Defienden sus
intereses. Tal vez estén en su derecho a aprovechar la desgracia de una familia
que pierde a una criatura recién nacida a causa de una patología congénita, tal
vez ni detectada ni curable en ningún hospital. Reconozcamos abiertamente que
desean aprovechar el caso para disuadir a otros que quieran parir en casa.
Quizá les mueva que pierden un poco de su negocio y algo más: el control de una
parte esencial de la vida privada, especialmente de la de las mujeres. Pueden
manifestarlo sin ambages, como hace el Dr. Arjona, presidente
del Colegio de Médicos de Cáceres, en la misma página del diario Hoy manifestando sus “dudas” sobre el derecho
de los padres a decidir si es seguro para sus propios hijos nacer en casa. Para
quien piense que se malinterpretan sus palabras reproducidas sin contexto
añadiremos esta línea tomada de El
periódico Extremadura de la misma fecha donde confiesa haber reclamado “a las autoridades sanitarias que "se intervenga"
para determinar "hasta dónde llega la libertad de los padres"”.
Esperemos que nadie con ideas semejantes sobre la libertad de los demás tenga
la más mínima posibilidad de legislar sobre el asunto. Porque nadie con otra
concepción del mundo desearía que un día les diera por dudar, pongamos por
caso, de si los que miden menos de 1,50m., o los que tienen los ojos de cierto
color, o los que tienen determinadas ideas políticas o morales, o cualquier
otro aspecto personal o privado, deben procrear. Da miedo pensarlo. Dejémoslo ahí.
No nos creemos con derecho a juzgar su posición.
Lo
que sí nos parece es que debe ser difícil en ese estado mental imaginarse el
dolor que causa su actitud a unos padres, ya desolados, al ver un tratamiento semejante
de su desgracia por parte de un sector sanitario y de los medios de
comunicación que los secundan y dan alas. Señores, que sus negocios vayan bien,
que puedan seguir aprovechando cualquier cosa para que su poder fáctico aumente
a nuestras espaldas y, en ocasiones, a costa del dolor indecible de algunos de
nosotros. Los ciudadanos de a pie que preferimos ser dueños de nuestros
derechos y libertad, nos alineamos con estos padres que viven ahora el colmo de
la aflicción. Pensamos en ellos y les pedimos que, se sientan como se sientan,
no dejen de darle a su otro hijo, el que les queda y les hará sonreír a pesar
de todo, mucho cariño. Les insistimos en que le den todo el amor que tienen para
él. Que le den también parte de los mimos que destinaban a esa pequeña que ha
dejado este mundo entre los que la esperaban con anhelo y los que la despiden
con crueldad. Que le den a él todo el amor que parece habérseles helado de
golpe en sus corazones.
Sépanlo
ellos y el todo el mundo: su coherencia, su dignidad y su dolor cuentan con
toda nuestra simpatía y nuestra ternura desinteresada. Lo último que
quisiéramos, quizá también por haber nacido en casa, es ser malnacidos.
El
diario extremeño Hoy informa el día
27 de octubre de que una niña recién nacida ha muerto dos días antes a causa de
una patología indetectable antes del nacimiento en el Hospital San Pedro de
Alcántara de Cáceres. Seguro que esto no sería noticia en ningún medio de
comunicación serio. Acaso pudiera aparecer en sucesos para “completar” unas
líneas en la página izquierda dedicada a la información local o a sucesos,
según el caso. ¿Por qué, pues, aparece en la portada del Hoy y en página derecha (número 21) a cuatro columnas con foto en
color de tres? Está claro, la “noticia” es que los padres querían que naciera
en casa. Importa la polémica. Los temas controvertidos venden más. Si hubiera
nacido en el domicilio familiar por imprevisión seguramente tampoco sería
noticia de portada. La noticia, lo imperdonable habría que decir para ser
exactos, es que el parto estaba programado en casa por unos padres adultos,
conscientes, informados y responsables en el uso de sus derechos.
¿Por qué hay quien se empeña en parir en casa con los “avances” de la medicina actual? es la cuestión que se desprende de titulares y entrada. Tratemos de adoptar su punto de vista. Querámoslo o no, existen personas que, en el ejercicio de su libertad, eligen a quién amar y cómo quererse. Luego deciden tener hijos y algunos planean hasta cuándo, cómo y dónde tenerlos. Piensan ellos, ingenuos, que la libertad es algo más que poder escoger entre la sanidad pública y varias compañías de salud que ofrecen sus servicios imprescindibles para el caso. Se trata de padres responsables que tras hacer un seguimiento riguroso de la evolución de todo el embarazo, con la información que los médicos les dan mediante diagnósticos prenatales (que tampoco parecen, como se demuestra en la ocasión que nos ocupa, infalibles), deciden alumbrar a su hijo en casa. No es tan difícil imaginar a madres que no quieren ser tratadas como enfermas o como meros casos atendidos con deshumanizado protocolo médico cuando van a parir. Hay parejas que reivindican, si les es posible, su maternidad y su paternidad como un acto consciente, íntimo, humano, dicho de otro modo, como un supremo acto de amor.
Algunos médicos y personal sanitario reconocen el problema de fondo y se plantean, como el propio Dr. Gallego, ginecólogo del Hospital de Cáceres, que hay que humanizar más el trato en los partos para que sea nulo el número de progenitores que rehúya los entornos medicalizados. Finalmente, hay personas cuya profesión médica y legítimo negocio consiste cobrar por los nacimientos que asisten en clínicas privadas. Defienden sus intereses. Tal vez estén en su derecho a aprovechar la desgracia de una familia que pierde a una criatura recién nacida a causa de una patología congénita, tal vez ni detectada ni curable en ningún hospital. Reconozcamos abiertamente que desean aprovechar el caso para disuadir a otros que quieran parir en casa. Quizá les mueva que pierden un poco de su negocio y algo más: el control de una parte esencial de la vida privada, especialmente de la de las mujeres. Pueden manifestarlo sin ambages, como hace el Dr. Arjona, presidente del Colegio de Médicos de Cáceres, en la misma página del diario Hoy manifestando sus “dudas” sobre el derecho de los padres a decidir si es seguro para sus propios hijos nacer en casa. Para quien piense que se malinterpretan sus palabras reproducidas sin contexto añadiremos esta línea tomada de El periódico Extremadura de la misma fecha donde confiesa haber reclamado “a las autoridades sanitarias que "se intervenga" para determinar "hasta dónde llega la libertad de los padres"”. Esperemos que nadie con ideas semejantes sobre la libertad de los demás tenga la más mínima posibilidad de legislar sobre el asunto. Porque nadie con otra concepción del mundo desearía que un día les diera por dudar, pongamos por caso, de si los que miden menos de 1,50m., o los que tienen los ojos de cierto color, o los que tienen determinadas ideas políticas o morales, o cualquier otro aspecto personal o privado, deben procrear. Da miedo pensarlo. Dejémoslo ahí. No nos creemos con derecho a juzgar su posición.
Lo que sí nos parece es que debe ser difícil en ese estado mental imaginarse el dolor que causa su actitud a unos padres, ya desolados, al ver un tratamiento semejante de su desgracia por parte de un sector sanitario y de los medios de comunicación que los secundan y dan alas. Señores, que sus negocios vayan bien, que puedan seguir aprovechando cualquier cosa para que su poder fáctico aumente a nuestras espaldas y, en ocasiones, a costa del dolor indecible de algunos de nosotros. Los ciudadanos de a pie que preferimos ser dueños de nuestros derechos y libertad, nos alineamos con estos padres que viven ahora el colmo de la aflicción. Pensamos en ellos y les pedimos que, se sientan como se sientan, no dejen de darle a su otro hijo, el que les queda y les hará sonreír a pesar de todo, mucho cariño. Les insistimos en que le den todo el amor que tienen para él. Que le den también parte de los mimos que destinaban a esa pequeña que ha dejado este mundo entre los que la esperaban con anhelo y los que la despiden con crueldad. Que le den a él todo el amor que parece habérseles helado de golpe en sus corazones.
Sépanlo ellos y el todo el mundo: su coherencia, su dignidad y su dolor cuentan con toda nuestra simpatía y nuestra ternura desinteresada. Lo último que quisiéramos, quizá también por haber nacido en casa, es ser malnacidos.