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Miércoles, 07 de Septiembre de 2016

El monstruo III. Un nuevo despertar

El otro día me desperté demasiado tarde para dar un paseo con mi perra, pero demasiado temprano para mi habitual desayuno fuera de casa. Decidí pasar un rato sentado en la plaza del pueblo, fumando un cigarrillo hasta que el cuerpo me pidiera café y tostada. Eso hice. Y entonces, mientras disfrutaba de las que a la larga serían las únicas horas frescas de todo el día (otra vez), la vi. Ella también me vio, o al menos eso creo por su actitud. Se dirigía directa hacia mí, envuelta en su asquerosa armadura rojiza, si es que mi daltonismo no me engaña, moviendo sus seis largas extremidades a un ritmo endiablado entre las hojas secas caídas nocturnamente de los árboles. Tras recorrer varios metros sin bajar el ritmo en ningún momento, llegó a mis dominios, a esos cuantos metros cuadrados de plaza que en ese momento eran mi refugio privado, mi lugar de descanso y meditación matutino escrupulosamente escogido. No reaccioné inmediatamente, tardé unos cuantos segundos en hacerlo, pero finalmente dejé caer mi cuarenta y nueve sobre sus cinco centímetros largos de cuerpo. Se oyó, primero, un leve chasquido, ese que nunca es aclaratorio; tras un poco de presión, llegó a mis oídos el crujido definitivo de su exoesqueleto al romperse bajo mi pie. En ese mismo momento cesó la vida de la cucaracha que en había sido, sin quererlo, protagonista de la mía durante los últimos minutos.

 


Volví a la meditación, pero esta segunda vez solamente pude centrarme en lo harto que estoy de estos bichos, del olor de las alcantarillas en cada esquina, y de que esta situación se repita cada verano. A lo mejor es que el monstruo del  subsuelo no reside aquí habitualmente y es tan solo un veraneante más, eso sí, muy desagradable. Si es así, deberíamos ir pensando en regalarle todos los años una estancia de tres meses en una gran ciudad; allí, como se quedan casi vacías en esta época del año y hay muchos más metros cuadrados que cubrir, es menos probable que humanos y monstruo coincidan. O tal vez si que es cierto que vive en letargo durante el resto del año y que, en  un nuevo despertar ha vuelto a inundar nuestras calles de gases fétidos para colaborar con las temperaturas hacernos el verano un poco más insoportable. Habrá que seguir confiando en los expertos que siguen estudiando el fenómeno y esperando que encuentren pronto la solución para acabar con nuestro nauseabundo vecino de abajo.

 


Pero últimamente va cobrando fuerza otra teoría: se sospecha que el monstruo no existe, y mucho menos en el subsuelo. Dicen que el único y verdadero monstruo es la falta real de voluntad de acabar con un problema que se repite año tras año y que aumenta en los meses de verano con la falta de lluvias, sin que nadie parezca tener repuesta  adecuada. Sea como sea, y sea cual sea la teoría cierta, creo necesario acabar con esta situación cuanto antes. Si no, será cosa de ir llamando a Iker Jiménez.

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