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Manuel Regalado del Viejo | 80
Martes, 14 de Septiembre de 2010

Sobre el Teatro Municipal· Manuel Regalado del Vieejo· Montijo

Hace un mes, asistí a un magnífico espectáculo de Ballet Ruso basado en el folklore de aquel país, inspirado principalmente en las músicas y danzas de los ejércitos cosacos.

Salí cabreado del mismo, pues si para la vista fue un regalo por tanto colorido, de danzantes estupendos y un vestuario precioso y variado, para el oído supuso un tormento que duró dos horas de tortura. Al sonar los primeros acordes por los altavoces, fue como una explosión que me hizo saltar del asiento exclamando. ¡¡¡¡Qué barbaridad!!!!. Los encargados del sonido se han creído que los espectadores del teatro estamos en una discoteca, adónde cuanto más decibelios, más locura se apodera de los que se mueven. En el teatro no nos vamos a contagiar de ese tipo de locura, pero sí expuestos a que nos vuelvan locos; que no es lo mismo.

No dudo de que los responsables estén técnicamente bien preparados y que sean buenos profesionales; más carentes de algo tan esencial como es la sensibilidad, y en ese aspecto les queda mucho por aprender.

La música a esos niveles se distorsiona y no produce placer, sino rechazo. Los matices no se distinguen, pues los pianos suenan fuertes, y los fuertes ya no existen palabras para definirlos.

Se dice que el público lo pide así; el Público también puede pedir que le sirvan la cena sentaditos en sus butacas, que como es natural no se la van a servir. Si es cierto de que algunos piden niveles altos, no será menos cierto los que pidan lo contrario. Lo justo es quedarse en el medio, se pida o se deje de pedir, Que no haya que colocarse la mano en la oreja a modo de trompeta ni aplastarnos los oídos para no sufrir.

Si son creyentes y frecuentan la iglesia; y sino lo son, alguna que otra vez habrán asistido a la misa de un funeral y observarán como suenan los altavoces y como los participantes de la misma oyen perfectamente al sacerdote. El teatro en cierto modo se parece a la iglesia, aunque por motivos diferentes. Tanto espectadores como feligreses permanecen sentados, en silencio y relajados. La única diferencia es que en las ceremonias religiosas no se aplaude.

Me imagino el timbre bellísimo y melodioso de un violín en manos expertas escuchado a esas alturas, me destrozaría los nervios. Y no digamos del sobreagudo emitido por alguna soprano lírica; para salir corriendo fuera de la sala presa del pánico.

Todo es cuestión de modas, La moda que de por sí es tiránica y avasalladora, anula la personalidad y nos dejamos ir por sus dictados, aunque nuestras opiniones sean distintas. Ahora la moda es poner los sonidos cuanto más volumen, más actuales. Nos dejamos arrastrar por lo que se “lleva”, lo demás huelga. Alos que nos gusta escuchar lo que sea, no sólo la música de manera civilizada; esta desproporción se nos antoja irresistible. Pero claro, por lo visto eso ya está muy anticuado y estamos fuera del tiempo.

Si alguna vez organizan un concierto de rock, en que la música es más ruido que otra cosa, que pongan los altavoces hasta que revienten, ya que los que van ha asistir no les importa que le perforen el tímpano.

Si no han ido al Teatro Romano de Mérida, que lo hagan el próximo año para tomar ejemplo. Los altavoces están calculados para que sin molestar, nadie se pierda ni una palabra de los actores ni una nota musical. A eso se le llama delicadeza, sensibilidad y buen gusto.

Si después de todo, no hay ninguna variación, sólo existen dos razones: que no han aprendido la lección, o que sin tener la más mínima consideración a los demás, continuamos haciendo lo que han hecho siempre; lo que les da la real gana.

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