El maestro de maestros · Juan Aunión Sierra · Montijo
Mis ídolos en el cante flamenco fueron dos figuras ya
desaparecidas, primero “El Niño de Marchena” y posteriormente el gran “Camarón
de la Isla”, pero vamos al indiscutible MAESTRO: José Tejada Martín, Pepe
Marchena (1903-1976), había nacido en el pueblo sevillano de su nombre
artístico, en el seno de una familia muy humilde. No había artistas en esa
familia, pero el padre se entonaba muy bien por malagueñas y soleares.
A los siete años ya era una gran promesa, a los doce o catorce
ya hacía cantecitos por las tabernas de Marchena, hasta que fue a otros pueblos
sin cobrar menos y nada. A partir de
aquel momento, afirmó su carrera cantando en cualquier lugar de Andalucía,
adivinándose ya un estilo diferente, llegando al triunfo grande en Jerez y
Sevilla.
1920 fue un año clave en su biografía, debutando en Madrid
en el restaurante “La Bombilla”, y en esa capital dio un auténtico vuelco al
arte flamenco. La revolución que formó no es fácil de explicar, pues Pepe
Marchena minimizó el cante, haciéndolo superficial a fuerza de suavizarlo y
dulcificarlo, quitándole jondura. Comenzó cantando de pie cuando todo el mundo
lo hacía sentado al viejo estilo; también fue el primero que cantó flamenco a
orquesta, aunque después volvería a la guitarra. Se decía por algunos, que
Marchena no tenía poder para hacer el cante profundo, pero esto en flamenco es
siempre algo relativo, pues sabemos que ha habido y hay cantaores que, con muy
poca voz, han cantado los estilos en toda su verdad; no nos olvidemos que en el
arte flamenco no importa tanto la potencia como el rajo y la jondura.
Con tales características, lo de Marchena tenía que ser más
convincente en géneros que no exigen profundidad ni grandeza y sí, en cambio,
melodía y dulzura: el fandango y el fandanguillo, los aires llamados de ida y
vuelta, los cantes malagueñeros y levantinos… Impuso el cante bonito, a base de
falsetes y filigranas, de preciosismo, llevó la creación personal a la ópera
flamenca; introdujo los recitados en el cante, inventándose cruces con un
estilo jamás ensayado antes. Decía Aurelio de Cádiz, que Marchena era una de
las personas más malas del mundo, porque era malo para él, pues no hacía más
que cantar eso de está “lloviendo en el campo”, cuando por tarantas cantaba que
quitaba el sentío y las medias granaínas de Chacón podía hacerlas mejor que
nadie. Su cante fue patrimonio personal, en cierto modo intransferible.
No puede negarse la seducción que ejercía sobre su público.
Lo peor fueron los seguidores e imitadores, porque del marchenismo el único que
se salvaba era PEPE MARCHENA.
Mis ídolos en el cante flamenco fueron dos figuras ya desaparecidas, primero “El Niño de Marchena” y posteriormente el gran “Camarón de la Isla”, pero vamos al indiscutible MAESTRO: José Tejada Martín, Pepe Marchena (1903-1976), había nacido en el pueblo sevillano de su nombre artístico, en el seno de una familia muy humilde. No había artistas en esa familia, pero el padre se entonaba muy bien por malagueñas y soleares.
A los siete años ya era una gran promesa, a los doce o catorce ya hacía cantecitos por las tabernas de Marchena, hasta que fue a otros pueblos sin cobrar menos y nada. A partir de aquel momento, afirmó su carrera cantando en cualquier lugar de Andalucía, adivinándose ya un estilo diferente, llegando al triunfo grande en Jerez y Sevilla.
1920 fue un año clave en su biografía, debutando en Madrid en el restaurante “La Bombilla”, y en esa capital dio un auténtico vuelco al arte flamenco. La revolución que formó no es fácil de explicar, pues Pepe Marchena minimizó el cante, haciéndolo superficial a fuerza de suavizarlo y dulcificarlo, quitándole jondura. Comenzó cantando de pie cuando todo el mundo lo hacía sentado al viejo estilo; también fue el primero que cantó flamenco a orquesta, aunque después volvería a la guitarra. Se decía por algunos, que Marchena no tenía poder para hacer el cante profundo, pero esto en flamenco es siempre algo relativo, pues sabemos que ha habido y hay cantaores que, con muy poca voz, han cantado los estilos en toda su verdad; no nos olvidemos que en el arte flamenco no importa tanto la potencia como el rajo y la jondura.
Con tales características, lo de Marchena tenía que ser más convincente en géneros que no exigen profundidad ni grandeza y sí, en cambio, melodía y dulzura: el fandango y el fandanguillo, los aires llamados de ida y vuelta, los cantes malagueñeros y levantinos… Impuso el cante bonito, a base de falsetes y filigranas, de preciosismo, llevó la creación personal a la ópera flamenca; introdujo los recitados en el cante, inventándose cruces con un estilo jamás ensayado antes. Decía Aurelio de Cádiz, que Marchena era una de las personas más malas del mundo, porque era malo para él, pues no hacía más que cantar eso de está “lloviendo en el campo”, cuando por tarantas cantaba que quitaba el sentío y las medias granaínas de Chacón podía hacerlas mejor que nadie. Su cante fue patrimonio personal, en cierto modo intransferible.
No puede negarse la seducción que ejercía sobre su público. Lo peor fueron los seguidores e imitadores, porque del marchenismo el único que se salvaba era PEPE MARCHENA.