Nadie puede contigo
Hoy, 28 de agosto, la luz abre el diafragma de la pupila
de la nostalgia. La luz será la primera en besarla. Esa primera luz de la
mañana se derramará sobre el semblante que aglutina la verdad del tiempo. Y
junto con la luz que la aguarda, aparecerá su eterna sonrisa iluminada por los
ojos que se abren ante tantas y tantas promesas cumplidas.
La luz que nace, que sale y se abre, es una luz cincelada
por los años, por los siglos. Es la misma que envolvió los buenos consejos de
nuestros abuelos, los besos de madre, las caricias y el apretón intenso de las manos
de nuestros padres. Es igual a la que nos trajeron cuando éramos niños. La
misma que cuando trajimos ante Ella a los nuestros, que hoy son ya mujeres y
hombres.
Esa misma luz, la de esta mañana, es la que seca tantas
lágrimas ante los pronósticos que cercenan el alma. Una luz que promete y
cumple resurrecciones, descosiendo, bajo la esperanza, los duros diagnósticos que
traspasan las esquinas de nuestras vidas. Una luz que viene para decirnos cuánto
de absurdo, inútil y sinsentido tiene el poder y las ambiciones.
La luz, esa luz de la mañana, regresa para que nos
encontremos frente a frente con su imagen. Para decirnos que a Ella no la
cambian los años, los siglos, ni las opiniones desacertadas y equivocadas de
los hombres. Y sin angustiarse, sin sensaciones de pérdidas, bajo la serenidad
que da la hermosura de su eterna alegría, proclama la sabiduría y la sensatez
que cantan los Proverbios: “El Señor me creó como primera de sus tareas, antes
de sus obras; desde antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio,
antes del origen de la tierra… Pues quien me alcanza, alcanza la vida y goza
del favor del Señor. Quien me pierde, se arruina a sí mismo; los que me odian
aman la muerte”.
Esta es la verdad cierta que está labrada, tallada e
impresa en el rostro de Nuestra Señora de Barbaño. Porque nadie, absolutamente
nadie, jamás, nunca podrá con Ella. Nadie puede contigo, Santa María de
Barbaño.
Hoy, 28 de agosto, la luz abre el diafragma de la pupila de la nostalgia. La luz será la primera en besarla. Esa primera luz de la mañana se derramará sobre el semblante que aglutina la verdad del tiempo. Y junto con la luz que la aguarda, aparecerá su eterna sonrisa iluminada por los ojos que se abren ante tantas y tantas promesas cumplidas.
La luz que nace, que sale y se abre, es una luz cincelada por los años, por los siglos. Es la misma que envolvió los buenos consejos de nuestros abuelos, los besos de madre, las caricias y el apretón intenso de las manos de nuestros padres. Es igual a la que nos trajeron cuando éramos niños. La misma que cuando trajimos ante Ella a los nuestros, que hoy son ya mujeres y hombres.
Esa misma luz, la de esta mañana, es la que seca tantas lágrimas ante los pronósticos que cercenan el alma. Una luz que promete y cumple resurrecciones, descosiendo, bajo la esperanza, los duros diagnósticos que traspasan las esquinas de nuestras vidas. Una luz que viene para decirnos cuánto de absurdo, inútil y sinsentido tiene el poder y las ambiciones.
La luz, esa luz de la mañana, regresa para que nos encontremos frente a frente con su imagen. Para decirnos que a Ella no la cambian los años, los siglos, ni las opiniones desacertadas y equivocadas de los hombres. Y sin angustiarse, sin sensaciones de pérdidas, bajo la serenidad que da la hermosura de su eterna alegría, proclama la sabiduría y la sensatez que cantan los Proverbios: “El Señor me creó como primera de sus tareas, antes de sus obras; desde antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio, antes del origen de la tierra… Pues quien me alcanza, alcanza la vida y goza del favor del Señor. Quien me pierde, se arruina a sí mismo; los que me odian aman la muerte”.
Esta es la verdad cierta que está labrada, tallada e impresa en el rostro de Nuestra Señora de Barbaño. Porque nadie, absolutamente nadie, jamás, nunca podrá con Ella. Nadie puede contigo, Santa María de Barbaño.





















