Salto y pongo mi lindo carapuchete
Ha llegado el
pregón, en su madurez cierta, del sentimiento hondo del verano bajo la sinfonía
por la obra de arte que produce el rito de la cuchara moviendo la alberca
redonda, fresca y rojiza donde habita el gazpacho. Rito y memoria, todo al
mismo tiempo.
“Picón de encina,
al buen picón”.
El
despacho de pan de Inés Gragera, en la esquina de Reyes Católicos con Jacinto
Benavente. Juan Herrera Soto, el popular Visagra, que al preguntarle de cómo se
desenvolvía con las cuentas en su etapa de corredor, respondía con rotundidad:
“Yo me sé hasta el número de las matrículas de los camiones”. Bonifacio el barbero tuvo la
suerte de tocarle la lotería, fue una cantidad respetable para aquellos
tiempos; los clientes y amigos le atosigaban dándole consejos de dónde y cómo
invertir el dinero, lo que le obligaron a poner un cartel en el espejo de su
barbería que decía: “No se admiten consejos”. Jorge, Pedrito,
Blanco, Espinosa, Domínguez, Nino y Lito Colino, Cabo, Ángel, Diego y Gragera,
jugadores del equipo de fútbol “El Independiente”. La notaría, en la calle Mérida, de don Miguel de
Miguel de Miguel. Coger el
pendengue.
Las profesoras en las
Escuelas de Artes y Oficios, Juana Bautista Capote y Patrocinio González. “Fecha de tanta
alegría/grabaré en mi corazón/recordaré noche y día/mi primera comunión”. “Cheri, je t’aime, cheri je t’adore como la salsa de pomodoro…
ya Mustafá, ya Mustafá”. La leche merengada que hacía Cosme, en la
fábrica de hielo, helados y polos Ntra. Señora de las Mercedes, de José Márquez
de Prado, en la hoy calle Clavijo. Los muchachos jugando con las espadas que
hacían con las maderas que traían las telas que vendían en el comercio de La
Marquesina. Los
hermanos Benjamín, Ezequiel, Marcelino, Gabriel, Beatriz, Marcelina, Venancio y
Macario Hernández Martín, que llegaron a Montijo procedentes de Santibáñez de
Béjar (Salamanca). Las
milhojas de Paco el dulcero. La notaría de don Ángel Juárez y Juárez. Los lutos rigurosos que duraban cinco años.
Los bañadores de tela
de algodón de color azul, que no tenían huevera, hasta que vinieron los Meyba.
Los baños en el Guadiana montados sobre un neumático de la rueda de un tractor.
“Salimos de rebimba, a
tó meté, porque aparecieron los perros”. Antonio Sánchez Ramírez, el granaíno, que recibió de la
directiva de la caseta “El Cortijo”, por su colaboración y ayuda, la bellota de
plata.
La gasolinera de Aquilino Muñoz, que estaba donde hoy el Hotel La Isla. Las poesías “Carita de luna” y “Penélope”, junto con varios
poemas que tienen como protagonista a la “abuela”, de Laly González Castell. Manuel
García Anguiano, que solía emplear en sus conversaciones la palabra primo,
¿cómo estás primo?; primo, hoy gana el Madrid; adiós, primo. El clásico “ea, ea, ea”, de las madres para calmar y dormir a los niños
pequeños. Las madres jugando y cantándole a los niños, “Ding, dong, las
campanas de Lobón, quien las toca suyas son, si las toca el sacristán, suyas
serán, suyas, serán”. Maria Caballero y Adela Peláez, encargadas de la cocina de Aprosuba-8.
Los vendedores de cal blanca que venían de
La Zarza con sus burros, blusón, chambra y la romana al hombro. “A la una anda la mula, a las dos la coz, a las tres otras vez, a las
cuatro… a las siete salto y pongo mi lindo carapuchete, y a las ocho el último
que salte que recoja el mocho”. Cuando los muchachos cogían los grillos y los
entraban en un bote al que perforaban con agüeros en la base y ataban un trapo
como tapadera, sobre el que echaban aliento para que los grillos cantasen. El llamado café
aguachirri. “Le dije que el viernes tocaba ir a Badajoz, y me
respondió, equilicuá”. La
mano loca, que podía pegarse y atraer objetos de poco peso gracias a su
elasticidad. El
médico Jesús Saldaña, que lo era de las Colonias Penitenciarias Militarizadas. Las
tocas hechas de lana que se ponían las mujeres. “Contri más y contri menos”. ¿A dónde vas tú, Rascayú?, voy a zumbatarama.
Ha llegado el pregón, en su madurez cierta, del sentimiento hondo del verano bajo la sinfonía por la obra de arte que produce el rito de la cuchara moviendo la alberca redonda, fresca y rojiza donde habita el gazpacho. Rito y memoria, todo al mismo tiempo.
“Picón de encina, al buen picón”. El despacho de pan de Inés Gragera, en la esquina de Reyes Católicos con Jacinto Benavente. Juan Herrera Soto, el popular Visagra, que al preguntarle de cómo se desenvolvía con las cuentas en su etapa de corredor, respondía con rotundidad: “Yo me sé hasta el número de las matrículas de los camiones”. Bonifacio el barbero tuvo la suerte de tocarle la lotería, fue una cantidad respetable para aquellos tiempos; los clientes y amigos le atosigaban dándole consejos de dónde y cómo invertir el dinero, lo que le obligaron a poner un cartel en el espejo de su barbería que decía: “No se admiten consejos”. Jorge, Pedrito, Blanco, Espinosa, Domínguez, Nino y Lito Colino, Cabo, Ángel, Diego y Gragera, jugadores del equipo de fútbol “El Independiente”. La notaría, en la calle Mérida, de don Miguel de Miguel de Miguel. Coger el pendengue.
Las profesoras en las Escuelas de Artes y Oficios, Juana Bautista Capote y Patrocinio González. “Fecha de tanta alegría/grabaré en mi corazón/recordaré noche y día/mi primera comunión”. “Cheri, je t’aime, cheri je t’adore como la salsa de pomodoro… ya Mustafá, ya Mustafá”. La leche merengada que hacía Cosme, en la fábrica de hielo, helados y polos Ntra. Señora de las Mercedes, de José Márquez de Prado, en la hoy calle Clavijo. Los muchachos jugando con las espadas que hacían con las maderas que traían las telas que vendían en el comercio de La Marquesina. Los hermanos Benjamín, Ezequiel, Marcelino, Gabriel, Beatriz, Marcelina, Venancio y Macario Hernández Martín, que llegaron a Montijo procedentes de Santibáñez de Béjar (Salamanca). Las milhojas de Paco el dulcero. La notaría de don Ángel Juárez y Juárez. Los lutos rigurosos que duraban cinco años.
Los bañadores de tela de algodón de color azul, que no tenían huevera, hasta que vinieron los Meyba. Los baños en el Guadiana montados sobre un neumático de la rueda de un tractor. “Salimos de rebimba, a tó meté, porque aparecieron los perros”. Antonio Sánchez Ramírez, el granaíno, que recibió de la directiva de la caseta “El Cortijo”, por su colaboración y ayuda, la bellota de plata. La gasolinera de Aquilino Muñoz, que estaba donde hoy el Hotel La Isla. Las poesías “Carita de luna” y “Penélope”, junto con varios poemas que tienen como protagonista a la “abuela”, de Laly González Castell. Manuel García Anguiano, que solía emplear en sus conversaciones la palabra primo, ¿cómo estás primo?; primo, hoy gana el Madrid; adiós, primo. El clásico “ea, ea, ea”, de las madres para calmar y dormir a los niños pequeños. Las madres jugando y cantándole a los niños, “Ding, dong, las campanas de Lobón, quien las toca suyas son, si las toca el sacristán, suyas serán, suyas, serán”. Maria Caballero y Adela Peláez, encargadas de la cocina de Aprosuba-8.
Los vendedores de cal blanca que venían de La Zarza con sus burros, blusón, chambra y la romana al hombro. “A la una anda la mula, a las dos la coz, a las tres otras vez, a las cuatro… a las siete salto y pongo mi lindo carapuchete, y a las ocho el último que salte que recoja el mocho”. Cuando los muchachos cogían los grillos y los entraban en un bote al que perforaban con agüeros en la base y ataban un trapo como tapadera, sobre el que echaban aliento para que los grillos cantasen. El llamado café aguachirri. “Le dije que el viernes tocaba ir a Badajoz, y me respondió, equilicuá”. La mano loca, que podía pegarse y atraer objetos de poco peso gracias a su elasticidad. El médico Jesús Saldaña, que lo era de las Colonias Penitenciarias Militarizadas. Las tocas hechas de lana que se ponían las mujeres. “Contri más y contri menos”. ¿A dónde vas tú, Rascayú?, voy a zumbatarama.