Intercambio de Whastapp
Por estas
maravillas de la globalización, he tenido en mi casa unos días a Celin, una
adolescente rusa de San Petersburgo, en un intercambio
escolar en el que ha participado mi hijo. Cuando se planteó esta
actividad, el curso pasado, fue maravilloso ver como todos
conectaron rápidamente gracias a las redes sociales. Estos chicos
rusos hablaban perfecto castellano y las familias de aquí hemos jugado
con ventaja. No solo se comunicaban con su pareja de intercambio, sino
con unos y otros de manera que se iban creando afinidades, amistades,
expectativas. Hablaban por Skipe, Whatsapp y VK, una red
social rusa. Se mandaban videos y conocían las voces, las caras, las
expresiones. Conectaban incluso otros miembros de las familias, de manera
que se iba haciendo un grupo compacto y unido. Nuestros hijos estuvieron
en San Petersburgo una semana en abril y ahora nos han devuelto la
visita. En esos meses he pensado muchas veces la gran ventaja que
supone tener el mundo a través de una pantalla, sin distancia, pudiendo
crear y mantener amistades a miles y miles de kilómetros.
Pero esa
ventaja se transformó en el gran inconveniente cuando llegaron aquí,
porque las chicas y chicos rusos han pasado buena parte de su tiempo en
España conectados, con el mismo despliegue de medios, con
amigos y familiares de su país. Es decir, que se trata de estar donde no
estás realmente. Digamos que la gracia está en la comunicación virtual.
Lo cierto es que han perdido la oportunidad de estar verdaderamente
integrados durante una semana con una familia española, practicando mas el
idioma, interesándose más por nuestras costumbres, nuestra cultura…estrechando
esos lazos que se forman con una buena conversación cara a cara. Pero ahora,
según parece, lo atractivo tiene que venir a través de una pantalla.
El
mundo virtual gana la batalla al mundo real a pasos agigantados. En las
excursiones, en cuanto paraban un segundo, rusos y españoles se
embelesaban cada uno con su móvil y no había conversación posible. Donde
quiera que entraban solo se oía la voz del primero para pedir la clave de wifi.
A su favor hay que decir que eran unos adolescentes educados,
respetuosos, simpáticos y listos que, viniendo de una de las
ciudades más impresionantes del mundo, se han mostrado encantados en todo
momento con nuestra tierra extremeña, lo cual es de agradecer. Celin
tiene quince años y una curiosa mezcla de sangre libanesa,
francesa, argelina y rusa. Nos ha encantado tenerla en casa estos días,
aunque se nos han quedado muchas conversaciones pendientes. Pero creo
que, a partir de ahora, como tenemos que volver a la pantalla,
mantendremos con ella una buena y duradera amistad. Hasta siempre,
Celin.
Por estas maravillas de la globalización, he tenido en mi casa unos días a Celin, una adolescente rusa de San Petersburgo, en un intercambio escolar en el que ha participado mi hijo. Cuando se planteó esta actividad, el curso pasado, fue maravilloso ver como todos conectaron rápidamente gracias a las redes sociales. Estos chicos rusos hablaban perfecto castellano y las familias de aquí hemos jugado con ventaja. No solo se comunicaban con su pareja de intercambio, sino con unos y otros de manera que se iban creando afinidades, amistades, expectativas. Hablaban por Skipe, Whatsapp y VK, una red social rusa. Se mandaban videos y conocían las voces, las caras, las expresiones. Conectaban incluso otros miembros de las familias, de manera que se iba haciendo un grupo compacto y unido. Nuestros hijos estuvieron en San Petersburgo una semana en abril y ahora nos han devuelto la visita. En esos meses he pensado muchas veces la gran ventaja que supone tener el mundo a través de una pantalla, sin distancia, pudiendo crear y mantener amistades a miles y miles de kilómetros.
Pero esa ventaja se transformó en el gran inconveniente cuando llegaron aquí, porque las chicas y chicos rusos han pasado buena parte de su tiempo en España conectados, con el mismo despliegue de medios, con amigos y familiares de su país. Es decir, que se trata de estar donde no estás realmente. Digamos que la gracia está en la comunicación virtual. Lo cierto es que han perdido la oportunidad de estar verdaderamente integrados durante una semana con una familia española, practicando mas el idioma, interesándose más por nuestras costumbres, nuestra cultura…estrechando esos lazos que se forman con una buena conversación cara a cara. Pero ahora, según parece, lo atractivo tiene que venir a través de una pantalla.
El mundo virtual gana la batalla al mundo real a pasos agigantados. En las excursiones, en cuanto paraban un segundo, rusos y españoles se embelesaban cada uno con su móvil y no había conversación posible. Donde quiera que entraban solo se oía la voz del primero para pedir la clave de wifi. A su favor hay que decir que eran unos adolescentes educados, respetuosos, simpáticos y listos que, viniendo de una de las ciudades más impresionantes del mundo, se han mostrado encantados en todo momento con nuestra tierra extremeña, lo cual es de agradecer. Celin tiene quince años y una curiosa mezcla de sangre libanesa, francesa, argelina y rusa. Nos ha encantado tenerla en casa estos días, aunque se nos han quedado muchas conversaciones pendientes. Pero creo que, a partir de ahora, como tenemos que volver a la pantalla, mantendremos con ella una buena y duradera amistad. Hasta siempre, Celin.