Cervera I el grande
Agradezco a los que me piden que siga
escribiendo y rememorando tiempos pasados. Sabed que es feliz aquello que tiene
recuerdo para reflexionar y no olvidar
La perfumería Marlin, junto al comercio
de Agudo, en la casa de Petra Antolín. El comercio de Joaquina Arias, en la
calle San Gregorio, que también vendía café. La expresión de los muchachos
jugando a los bolindres, “coto pa guá y pa tó”. La carnicería de Juan Antonio
Piñero, donde hoy está la churrería de Adela; y la de su hermano Paco, en la Puerta del Sol. Carlos
Gallego, contable de Talleres Albarrán. Los rombos de las películas que ponían
en la tele. Fernando y Carlos, bedeles en el Instituto Vegas Bajas. La barbería
de Manolito, en la acera de la derecha de la calle que va del paseo al barrio
de la Pringue;
calle en la que estaba la peluquería del Chato el barbero, la taberna de
Joaquín Gragera y la carnicería de Juan López, Chamorro. La churrería de José
en la Puerta
del Sol.
La gestoría de Rafael Ramos, en la plaza
de Jesús. Doña Elena, la mujer del médico Ruiz Parejo. Rada el taxista. El bar
Avenida, que se llamaba así porque su dueño era conocido por Manolito Avenida,
que estuvo donde Genaro Franco abrió posteriormente “La Consolación”. El
ultramarino de Paco Gragera, en el barrio de la Pringue. El ultramarino de
Tomás Gragera, en el comienzo de la calle Santa Ana, frente al convento, que
luego estuvo la droguería de Sanguino. Elisa, que vendía sandías y melones en
la calle de Porras. La sede de la
Unión de Centro Democrático (UCD) en los altos de la casa de
Antonia Ríos, frente a la escalera grande del atrio. Las inyecciones de hígado
de bacalao. El puesto de chucherías de Catalina, en el Piquete. Galo, Alejandro
y don Juan de la Barrera
dándose un baño en el río Guadiana la mañana del día de Navidad. Las
familias bosnias que estuvieron un tiempo
viviendo en Montijo gracias al Programa Drobo. Pedro el gitano pelando las
bestias frente al colegio de las eras. El motoclub “A la uña”. Un soplamocos.
La placa que tenía la casa de Luis
Peris, que era la última en dirección a la Puebla, hoy Avenida de Colón esquina a Juan de
Austria, que decía, “Villa condal de Montijo”. La zapatería de Juan López, en la Avenida Emperatriz,
junto al estanco de Tirado. La parada de taxis cerca del Piquete. El quiosco de
Miguel Carretero, en la barriada El Molino. El quiosco de Juanito, en la
barriada El Valle. La carbonería de Luis Sosa, en la calle Piñuela. Cuando se
iba a la estación y al puente de la vía (carretera del cementerio) a inspirar
el humo de la carbonilla que desprendía la máquina del tren, porque decían que
era bueno para la tosferina. Cervera I el grande, emperador de las verónicas,
que se fue a Sevilla a probar suerte y fortuna, pero no pudo ser. Manolo Pérez que vendía leche en la Plaza de Abastos y por las
casas. Inter, Inter, Inter, ¡Qué televisor! El baile de Iglesias.
Cuando estaba a punto de sucederle algo
al protagonista y se oía entre los espectadores del cine este comentario, “No
le puede pasar nada, porque entonces se acaba la película”. Francisco Martínez
Ponce que era de Lorca (Murcia) y construyó las casas de las calles Hernando de
Soto, Pedro de Alvarado y la gasolinera de Colón. El círculo con las letras BC
en la fachada del Banco Central, en la Avenida, donde los muchachos jugaban haciendo
correr las monedas por él. Juan Froufe, el soguero, que era gallego, manejando
el torno, haciendo sogas y cuerdas en la calle Zurbarán. La carnicería de Diego
Julián en el barrio de la
Pringue y la de pequeñísimas dimensiones de Pedro Julián,
junto al comercio de Mario. Los ganchos trepadores que se ponían en las botas
para subir y bajar por los palos los electricistas y montadores de las líneas
de alta tensión. Los versos de Blas Quintana, “Qué culpa tiene el tomate/que
esté tranquilo en la mata/venga Corchero, lo arranque/y lo meta en una lata”. El
fabuloso Radio Patrulla Rico, el coche que habla.
Agradezco a los que me piden que siga escribiendo y rememorando tiempos pasados. Sabed que es feliz aquello que tiene recuerdo para reflexionar y no olvidar
La perfumería Marlin, junto al comercio de Agudo, en la casa de Petra Antolín. El comercio de Joaquina Arias, en la calle San Gregorio, que también vendía café. La expresión de los muchachos jugando a los bolindres, “coto pa guá y pa tó”. La carnicería de Juan Antonio Piñero, donde hoy está la churrería de Adela; y la de su hermano Paco, en la Puerta del Sol. Carlos Gallego, contable de Talleres Albarrán. Los rombos de las películas que ponían en la tele. Fernando y Carlos, bedeles en el Instituto Vegas Bajas. La barbería de Manolito, en la acera de la derecha de la calle que va del paseo al barrio de la Pringue; calle en la que estaba la peluquería del Chato el barbero, la taberna de Joaquín Gragera y la carnicería de Juan López, Chamorro. La churrería de José en la Puerta del Sol.
La gestoría de Rafael Ramos, en la plaza de Jesús. Doña Elena, la mujer del médico Ruiz Parejo. Rada el taxista. El bar Avenida, que se llamaba así porque su dueño era conocido por Manolito Avenida, que estuvo donde Genaro Franco abrió posteriormente “La Consolación”. El ultramarino de Paco Gragera, en el barrio de la Pringue. El ultramarino de Tomás Gragera, en el comienzo de la calle Santa Ana, frente al convento, que luego estuvo la droguería de Sanguino. Elisa, que vendía sandías y melones en la calle de Porras. La sede de la Unión de Centro Democrático (UCD) en los altos de la casa de Antonia Ríos, frente a la escalera grande del atrio. Las inyecciones de hígado de bacalao. El puesto de chucherías de Catalina, en el Piquete. Galo, Alejandro y don Juan de la Barrera dándose un baño en el río Guadiana la mañana del día de Navidad. Las familias bosnias que estuvieron un tiempo viviendo en Montijo gracias al Programa Drobo. Pedro el gitano pelando las bestias frente al colegio de las eras. El motoclub “A la uña”. Un soplamocos.
La placa que tenía la casa de Luis Peris, que era la última en dirección a la Puebla, hoy Avenida de Colón esquina a Juan de Austria, que decía, “Villa condal de Montijo”. La zapatería de Juan López, en la Avenida Emperatriz, junto al estanco de Tirado. La parada de taxis cerca del Piquete. El quiosco de Miguel Carretero, en la barriada El Molino. El quiosco de Juanito, en la barriada El Valle. La carbonería de Luis Sosa, en la calle Piñuela. Cuando se iba a la estación y al puente de la vía (carretera del cementerio) a inspirar el humo de la carbonilla que desprendía la máquina del tren, porque decían que era bueno para la tosferina. Cervera I el grande, emperador de las verónicas, que se fue a Sevilla a probar suerte y fortuna, pero no pudo ser. Manolo Pérez que vendía leche en la Plaza de Abastos y por las casas. Inter, Inter, Inter, ¡Qué televisor! El baile de Iglesias.
Cuando estaba a punto de sucederle algo al protagonista y se oía entre los espectadores del cine este comentario, “No le puede pasar nada, porque entonces se acaba la película”. Francisco Martínez Ponce que era de Lorca (Murcia) y construyó las casas de las calles Hernando de Soto, Pedro de Alvarado y la gasolinera de Colón. El círculo con las letras BC en la fachada del Banco Central, en la Avenida, donde los muchachos jugaban haciendo correr las monedas por él. Juan Froufe, el soguero, que era gallego, manejando el torno, haciendo sogas y cuerdas en la calle Zurbarán. La carnicería de Diego Julián en el barrio de la Pringue y la de pequeñísimas dimensiones de Pedro Julián, junto al comercio de Mario. Los ganchos trepadores que se ponían en las botas para subir y bajar por los palos los electricistas y montadores de las líneas de alta tensión. Los versos de Blas Quintana, “Qué culpa tiene el tomate/que esté tranquilo en la mata/venga Corchero, lo arranque/y lo meta en una lata”. El fabuloso Radio Patrulla Rico, el coche que habla.